Estaba viejo. La vida empezaba a pesar y ese peso hacía que su piel se estirara en arrugas que él saludaba con odio todas las mañanas frente al espejo. Su pelo cano era hirsuto y débil, su sonrisa había adquirido un tono amarillo al igual que sus uñas del pie. Estaba viejo y eso le parecía la peor enfermedad. Ya aparecía la calvicie y la memoria se deshacía en pedazos a cada tanto.
Había intentado todo desde sus cincuentas. Dicen que los hombres que llegan a los cincuenta años de edad sienten una necesidad infantil de hacer todo lo que han dejado de hacer. Él la sintió y empezó a tachar una lista de lo que quería hacer. Ir a las putas. Hecho. Tomar ajenjo. Hecho. Lo encontró detestable. Fumar marihuana. Lo hizo pero se dio cuenta de lo aburrido que es. Fumó, le dio hambre, y se levantó para ir a la cocina, cuando llegó había olvidado por qué había ido. Lo hacía sentir estúpido y eso le molestó. Sigue leyendo