Pildoras para la vida de Parr

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Estaba viejo. La vida empezaba a pesar y ese peso hacía que su piel se estirara en arrugas que él saludaba con odio todas las mañanas frente al espejo. Su pelo cano era hirsuto y débil, su sonrisa había adquirido un tono amarillo al igual que sus uñas del pie. Estaba viejo y eso le parecía la peor enfermedad. Ya aparecía la calvicie y la memoria se deshacía en pedazos a cada tanto.

Había intentado todo desde sus cincuentas. Dicen que los hombres que llegan a los cincuenta años de edad sienten una necesidad infantil de hacer todo lo que han dejado de hacer. Él la sintió y empezó a tachar una lista de lo que quería hacer. Ir a las putas. Hecho. Tomar ajenjo. Hecho. Lo encontró detestable. Fumar marihuana. Lo hizo pero se dio cuenta de lo aburrido que es. Fumó, le dio hambre, y se levantó para ir a la cocina, cuando llegó había olvidado por qué había ido. Lo hacía sentir estúpido y eso le molestó. Sigue leyendo

Un agujero a China

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En los bosques de Eastabrook, cerca de Concord, Massachusetts; hay una excavación que se conoce como “El agujero a China”. Un tal Farmer pasó tres años cavando en las noches para intentar llegar al otro lado del mundo. La idea era construir un transporte que permitiera llevar y traer objetos para comerciar. Sembraba durante el día y cuando atardecía llevaba una pala y unos cubos que con un ingenioso sistema de poleas, le permitía sacar la arena y el agua más rápido. Farmer solo logró unas millas y dejó un foso que aún se puede presenciar.

Más de un siglo después, un hippy que leía Walden de Henry David Thoreau, la detallada aventura de un anarquista al irse a vivir en los bosques en una pequeña cabaña. Encontró que allí, cerca de la laguna de Walden en Massachusetts, estaba el hoyo a China dejado por el granjero; debía ser un error eso de que su apellido era “Farmer”.

El hippy era un argentino que había viajado a Boston a estudiar inglés con los ahorros de su adinerada familia. Fue en una librería cerca de Harvard donde compró, de segunda mano, la edición de Walden; y antes de empezar a leerla, decidió él mismo mudarse lejos de la civilización, a la Laguna de Chasicó cerca de Bahía Blanca en la provincia de Buenos Aires.

Allí construyó una cabaña de madera, la forró en cuero para el invierno y se dedicó a pescar pejerreyes para alimentarse, tal y como lo hacía el autor del libro. Pero al leer sobre el agujero a China, no pudo dejar de pensar en la posibilidad de atravesar el estómago de la Tierra para salir al otro lado del planeta. Sigue leyendo

El tragasables y el capitán

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El tragasables del circo que llegó la semana pasada a Aracataca, empezó a escupir sangre. Cayó de rodillas mirando al capitán que le apuntaba con su pistola y cerró los ojos. Se desplomó sobre la paja donde habían orinado los elefantes y los tigres de bengala. Mijo, dijo el capitán a su nieto, hágame el favor de nunca creer en huevonadas. El chico parecía distraído.

El circo llegó al pueblo anunciando el show más espectacular de la región. En una carreta dorada, jalada por dos caballos iba un enano divulgando el espectáculo con un cono de plástico para amplificar la voz. Las entradas no eran baratas y solo los ricos del pueblo podrían ir. El alcalde negoció con el director del circo, que es el mismo presentador, y quedaron en que para adultos fuera a diez pesos y para niños a cinco.

Afuera, alzaron unas tiendas un grupo de gitanos que perseguía al circo a donde fuera. Ofrecían quiromancia, bolas de cristal que leen el futuro y vendían cubitos hechos de un vidrio frío que llamaban hielo y que nadie en la región había visto o tocado. A los niños del pueblo los escondieron en los sótanos y gallineros pues se creía por entonces que las gitanas se los llevaban para comérselos. Sigue leyendo